Por Patricia Vasconcelos
Fotos Pepe Castillo

Existen espacios que no se visitan para tachar de una lista, sino para abrir el corazón. Ésta es la historia de uno de esos lugares: una semana en Tanzania, en el corazón palpitante de África, donde el lujo se manifiesta en forma de silencio, de respeto, de conexión profunda con la vida.
En las propiedades de Singita Tanzania, más que viajeros, fuimos testigos de un equilibrio sagrado entre naturaleza y humanidad. Y lo que vivimos ahí —entre gacelas y jirafas que parecían bailar con el viento, leones que nos observaron sin miedo, y atardeceres que recogen el corazón— no puede llamarse simplemente “vacaciones”. Es un reencuentro. Es una transformación.
Un instante que lo cambia todo
No sé exactamente en qué momento ocurrió. Tal vez fue cuando el primer rayo del sol pintó de oro la hierba alta, o cuando un elefante apareció silenciosamente a 300 metros mientras cenábamos en medio de la nada —como si fuera parte del decorado de un sueño. O quizá fue al escuchar la voz del guía al amanecer, diciéndome que lo que había oído durante la noche fue una leona. Pero algo en mí cambió para siempre en Tanzania.

Una semana de safari en las propiedades de Singita Tanzania no es un viaje: es un renacer. No hay palabras ni fotografías que puedan capturar esa emoción sagrada que se instala en el pecho cuando ves jirafas moverse con elegancia bajo un cielo que parece no tener final, o cuando una cebra, curiosa, se detiene a mirarte antes de seguir su camino.
Aquí, en medio de una naturaleza tan poderosa como frágil, entendí por qué algunos viajes no se cuentan… se susurran.

El viaje al origen: de Europa a Nairobi, rumbo al alma de África
Volar hacia Singita es una travesía en sí misma. Desde Europa, el primer salto es hacia Nairobi, donde el aire ya se vuelve más denso y cálido, como si el continente comenzara a preparar tus sentidos. Desde allí, un vuelo más pequeño te lleva a Kilimanjaro. Y de ahí, el último tramo puede ser en jet privado hasta una de las propiedades de Singita en la región Grumeti, en el corazón del Serengeti.
En el trayecto, la ansiedad se transforma en una calma expectante. El horizonte se alarga, las formas humanas desaparecen, y lo que emerge es un escenario prístino que no pertenece a nadie y, sin embargo, te reclama como suyo.

Nuestra primera parada fue en Singita Explore –el más recomendable, si es tu primer safari–, un campamento móvil que redefine el significado del lujo con carpas que se abren como alas sobre la sabana. Dormir en una de estas tiendas es como dormir dentro del paisaje mismo: el viento se cuela suave entre las lonas, los sonidos de la noche se vuelven arrullo, y cada detalle dentro del tent habla de sencillez elevada al arte.
Allí no hay paredes que separen, sino cortinas que invitan al horizonte. El día empieza con café y desayuno junto al fuego y termina con cocteles preparados al gusto, rodeados de las historias de los guías, todos profundamente conectados con la tierra, frente al crepúsculo. Todo en Singita Explore está pensado para desaparecer: el servicio, impecable pero invisible; la estructura, montada con el menor impacto posible; la experiencia, tan íntima que parece diseñada para ti.
Las primeras noches, en ese nido de lienzo bajo las estrellas, comprendí que la verdadera riqueza es poder escuchar la tierra respirar… y a un león a lo lejos; pero los guardias expertos cuidan toda la noche del campamento y sus huéspedes. Si por alguna razón, deseas salir de tu tienda, debes hacer señas a los guardias con una linterna ubicada sobre el escritorio, al lado del telescopio.
Los días en la sabana: silencio, belleza y secretos del mundo animal

Los días en la sabana tanzana inician con el canto lejano de los buitres, el susurro del viento y el aroma del café tanzano servido junto a una fogata. A cada amanecer, el sol asoma con una timidez que dura apenas segundos antes de que inunde de luz dorada todo el paisaje. Y en ese instante, el mundo se reinventa.
Las salidas de safari con los guías de Singita son más que recorridos: son rituales de asombro. Aprendes a leer el lenguaje de la sabana. Nos explicaron, por ejemplo, que si ves un búfalo solo, es mejor mantener la distancia: su aislamiento no es casual, es una advertencia. Que los leones reconocen los jeeps como parte del paisaje, pero que si alguien asoma un brazo o una pierna, el hechizo se rompe y lo que era seguro se vuelve peligroso.
Con las cebras y las jirafas podíamos bajar del jeep equipado con snacks, té y cerveza– en zonas permitidas. Sentir el suelo, respirar sin motores, dejar que el tiempo nos olvide. Nunca había estado tan presente. Recuerdo las miradas entre nosotros, silenciosas, cómplices. Las jirafas caminaban como si danzaran. Las cebras se mezclaban con la tierra, formando tapices de rayas vivas.
Una noche, durante la cena en mitad de la sabana, montaron un comedor efímero en minutos. Las copas brillaban bajo las estrellas y un elefante pasó a lo lejos. “Está tranquilo”, nos dijo el guía. Y lo estaba. Porque aquí, el respeto es la norma: a los animales, a la tierra, al silencio.
Cada encuentro con la fauna silvestre era un poema. A veces quería llorar. A veces lo hacía. No por tristeza, sino por la abrumadora sensación de estar viva.
Singita: lujo silencioso, herencia conservacionista

Nada en Singita es ostentoso, pero todo es exquisito. La arquitectura se funde con el paisaje, los colores replican la tierra, la luz se cuela con naturalidad. Cada lodge es distinto, pero todos comparten una filosofía: el lujo verdadero es aquel que no irrumpe, sino que honra.
Singita nació hace más de 30 años como un destino de cacería, pero hoy lidera una transformación ejemplar: ha erradicado la caza y ha convertido sus propiedades en refugios de protección, restauración y educación. Con el Grumeti Fund, cuidan miles de hectáreas de sabana, reintroducen especies, rescatan animales heridos, y colaboran con comunidades locales para generar desarrollo sostenible.

La chef sudafricana preparó una cena completa a la leña: no por rusticidad, sino por conciencia ecológica. Cada plato fue una caricia: sabores locales reinterpretados con sofisticación y respeto. Ese equilibrio entre el disfrute y la conciencia es, quizá, lo que más admiro de Singita.
El alma se queda: despedida, cocteles privados y promesas internas

Las últimas noches en Singita son como una oración silenciosa. No hay discursos, ni rituales visibles. Hay fuego, hay un sillón junto a tu tent privado, hay un Negroni con infusión de hibisco y un gin & tonic con bayas rojas. Y hay una luna que parece flotar sobre la sabana sólo para ti.
Las despedidas aquí no se dicen, se sienten. El equipo, que se ha vuelto familia en apenas unos días, te abraza con los ojos. La tierra vibra bajo tus pies. Y en el aire queda suspendida una promesa que no has pronunciado, pero que sabes que cumplirás: volver. Porque en Singita no sólo dejas un pedazo de tu corazón. Te llevas uno nuevo.
Al mirar por última vez la sabana al amanecer, con el café caliente en las manos y el alma expuesta, entiendes que este viaje nunca terminará del todo. Vive contigo. Respira en ti. Te transforma.
Y no importa cuántos paisajes hayas conocido antes, cuántas ciudades hayas amado, o cuántas playas hayas tocado. Porque hay lugares que, simplemente, te eligen.
Y Tanzania me eligió a mí.
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