Islandia: Bajo la danza de las luces del norte con mi personaje favorito

Por Sam Vasconcelos

Durante años imaginé un lugar donde el frío no doliera, sino que abrazara el alma. Un destino donde los paisajes no pidieran permiso para asombrar, y en el que los días –aunque cortos de luz– se quedaran largos en emociones que se meten bajo la piel y no te sueltan jamás. Ese lugar fue Islandia. Y esa semana, en una víspera de invierno, la descubrí con mi padre, en una experiencia que transformó nuestro vínculo y nos regaló memorias que vivirán eternamente en el corazón.

Aurora boreal, Islandia.


CAPÍTULO I: Llegada a Reykjavik y refugio en Storm Hotel

Hallgrímskirkja, la Catedral Luterana de Reykjavik.
Hallgrímskirkja, la Catedral Luterana de Reykjavik.

Desembarcar en Reykjavík fue hundirse en una calma potente: el aire helado, el cielo pastel, la promesa de aventura. El Storm Hotel fue un refugio de diseño terapéutico: líneas puras, madera clara, una paleta cálida que amortiguaba la dureza exterior. Por las mañanas, el desayuno era un banquete nórdico: salmón ahumado, pan de centeno, yogur con frutos rojos y miel. Todo servido con una estética que despertaba los sentidos y promovía esa calma anticipatoria. Cada sorbo de café desde el ventanal despertaba la sensación de que cada día comenzaría con una sorpresa.

TIP: Visita la Catedral Luterana de Reykjavik, Hallgrímskirkja, a sólo unos pasos de Storm Hotel; y reserva con tiempo una mesa en Café Loki o en el restaurante ROK para poder tener una vista espectacular de la iglesia.


CAPÍTULO II: El glaciar Langjökull – Corazón helado

Glaciar Langjökull, Islandia.


Una mañana clara y eléctrica, tras el desayuno, emprendimos ruta hacia Langjökull. Sabíamos que nos esperaba el segundo glaciar más grande de la isla, el “Glaciar Largo”. 

A poco del amanecer, tomamos un autobús hacia Gullfoss, punto de partida. Conocimos a los guías: locales que hablaban de la geografía y la historia islandesa con pasión. Dos horas de carretera, mientras Reykjavík quedaba atrás y el paisaje se tornaba blanco infinito, hasta llegar al campamento base. Allí nos aguardaban vehículos 4×4 especializados —camiones gigantes capaces de domar cualquier relieve—. A bordo, la emoción se palpaba en el aire mientras ascendíamos por el glaciar.

Caminamos hasta un túnel de hielo de origen humano, una galería azul que parecía respirar siglos de historias en sus muros. Cada paso era un acto de reverencia, como si los glaciares guardaran ese fulgor en secreto. Nos cruzamos con grietas profundas —moulins que se adentran en la tierra— que se abrían bajo nuestros pies como un sueño ancestral, y su brillo azulado –refugio de silencios gélidos– nos dejó sin palabras. 


CAPÍTULO III: Geyser Strokkur en el círculo dorado

Geyser Strokkur, Islandia.


De vuelta al autobús, el viaje continuó hacia Haukadalur, donde se ubica el célebre géiser Strokkur. El valle —con fumarolas, pozas de barro y depósitos de sílice— parecía un set teatral de la naturaleza. Allí, Strokkur se levantaba, imponente, para estallar cada 6–10 minutos en una columna de agua de entre 15 y 20 m, que ocasionalmente alcanza hasta 40 m. Cada erupción era un latido, una respiración profunda de la Tierra. Observamos cómo el agua brotaba y regresaba al suelo, bajo una bruma que olía a azufre, y supimos que estábamos viendo una verdad geológica al desnudo, digna de reverencia. Pude mirar a mi padre entre los pliegues del vapor y ver en sus ojos ese brillo que se prende sólo cuando uno está verdaderamente vivo.


CAPÍTULO IV: La fiesta de las luces boreales

Aurora boreal en Islandia.


De noche, regresamos a Reykjavík. Exhaustos, pero cargados de energía. Nos abrigamos hasta el último centímetro y caminamos hacia el puerto, arrastrando la adrenalina del día y el frío que calaba. El cielo, oscuro y expectante, nos envolvía mientras alzábamos la mirada. Y entonces la vimos. Las auroras surgieron en borrón verde y lila, como pinceladas de un dios caprichoso. Mi padre soltó un “gracias” casi inaudible, y yo, emocionada, comprendí que esa visión sería una memoria tatuada en nuestras almas… y lloré, convencida de que estábamos siendo partícipes de un acto sagrado.


CAPÍTULO V: Mimos en Blue Lagoon

Blue Lagoon, Islandia.


En un día sin itinerario, decidimos regalarle al cuerpo una pausa. Blue Lagoon nos recibió con su abrazo tibio. En medio de un campo volcánico, sumergidos en aguas lechosas y azules, la piel sintió un bálsamo; el contraste entre el frío del aire y el calor del agua fue un masaje para el cuerpo. Desde el bar sumergido pedimos un gin con pepino para mí y un whisky islandés para mi padre; brindamos, suave, sin palabras. Era un brindis por todo lo vivido, por lo por vivir. No hacía calor, pero tampoco frío: había una plenitud delicada y total en el aire.


CAPÍTULO VI: Gastronomía y bares de Reykjavik

Las noches siguientes, regresamos a nuestros bares favoritos. Reykjavík, pequeña pero palpitante, ofreció lo mejor de su cocina: bacalao fresco que se deshacía al primer bocado, cordero de granja jugoso y pan negro con mantequilla fermentada. Y cada velada terminaba con un digestivo fuerte, como si Islandia exigiera una despedida ritual antes de ir a dormir.

TIP: Pregunta a los guías de los tours por los sitios que visitan los locales para tener una experiencia islandesa auténtica.


Epílogo emocional

Volamos de regreso en silencio, con el cuerpo cansado y el alma henchida. No olvidamos una lista: hielo que te enseña paciencia, géiseres que te gritan vida, auroras que te susurran eternidad, un padre que te mira con orgullo y el estómago satisfecho de paisaje y sabor. Islandia nos ofreció un viaje sin espectáculo barato: dejó una marca, una cicatriz luminosa que nos recuerda quiénes somos, juntos, cuando todo lo demás desaparece.

Ciudad de Reykjavik, Islandia.


TIPS DE VIAJE:

  • El requisito de la ETIAS para ingresar a los países europeos entrará en vigor en 2026; sin embargo, te recomendamos que, antes de viajar, lo consultes en los teléfonos de las Embajadas de aquellos países que vas a visitar, dado que puede cambiar sin previo aviso.
  • No lleves bolsa de mano a los tours, en su lugar, lleva una backpack impermeable donde puedas guardar cartera, shopping, guantes y calcetines de repuesto, una botella de agua, humectante para labios y analgésicos.
  • Lleva botas de nieve ligeras para poder caminar en hielo. Rossignol tiene muy buenas opciones en botas, tenis y leggins para nieve.
  • Recuerda que en estos tiempos es recomendable reservar siempre en restaurantes y bares para tener una mejor experiencia en cada lugar.
  • Reykjavik es una de las ciudades más seguras del mundo; puedes caminar y disfrutar las noche –bien abrigado– con toda tranqulidad.

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