Por Patricia Vasconcelos

No es sólo llegar al extremo sur del planeta: es navegar entre glaciares milenarios, caminar junto a colonias de pingüinos, escuchar el canto de las ballenas y descubrir un silencio tan profundo que se convierte en voz. En este crucero de expedición de lujo hacia el Séptimo Continente, cada instante es un recordatorio de lo pequeño que somos… y de lo inmenso que puede sentirse un viaje cuando conecta con lo esencial: la naturaleza, la consciencia y el alma viajera.
Navegar hacia el Séptimo Continente

Tras más de diez horas de vuelo hacia Buenos Aires, y una escala mágica en Ushuaia, la ciudad más austral del planeta, abordé el Ultramarine, el rompehielos de Quark Expeditions que sería mi casa por los próximos nueve días. Este crucero boutique –moderno, elegante, con 101 suites exteriores y una tripulación de 140 expertos– fue diseñado no sólo para el confort, sino para el descubrimiento auténtico.
Su tamaño permite acceder a rutas prohibidas para embarcaciones más grandes. Pero es su filosofía de sustentabilidad lo que lo distingue: cada pasajero participa activamente en prácticas de mínimo impacto ambiental, como la desinfección rigurosa de calzado y equipo antes y después de cada desembarco. En la Antártida, el respeto por el ecosistema no es opcional; es parte del viaje.
El Pasaje de Drake: El umbral hacia lo desconocido

Cruzamos el legendario Pasaje de Drake, donde se encuentran el Atlántico y el Pacífico, una región donde las corrientes son intensas y el clima impredecible. Aquí, el mar nos habló con olas de cinco metros, suaves para su reputación. Y al amanecer, la voz de la tripulación nos despertó con la melodía de “Here Comes the Sun”, marcando el inicio de un día que parecía extraído de otra dimensión.
Primer encuentro con un mundo inexplorado

Vestidos con parkas amarillas y botas de hule, abordamos las lanchas Zodiac. A medida que nos adentrábamos entre témpanos azules y placas de hielo flotantes, entendí que había dejado de ser turista. Me convertí en exploradora. Al pisar una de las islas, fuimos recibidos por pequeñas criaturas de elegancia natural: pingüinos emperador, de Adelia, papúa… Todos con historias únicas de supervivencia, y todos igualmente vulnerables ante nuestro mundo. La instrucción era clara: al menos medio metro de distancia. Ellos no tienen defensas frente a nuestros virus, y nosotros no tenemos derecho a alterar su entorno.
Gastronomía que acompaña al asombro

Abordo, los sabores compiten con el paisaje. Las cenas en el restaurante del Ultramarine son festines de autenticidad: cocina de autor, ingredientes locales y una carta de vinos seleccionados que nos llevan de la Patagonia a Burdeos en una sola copa. Cada comida es compartida con viajeros de todos los rincones del mundo. Las conversaciones fluyen, profundas y generosas, porque en un lugar así, las máscaras caen y lo único que queda es la verdad.
Ballenas, focas y magia marina

En una de las expediciones, nos rodearon ballenas jorobadas y francas australes. Algunas dormían mientras otras nadaban juguetonas, agitando sus colas a pocos metros del bote. El sonido que emiten, suave y envolvente, parece un canto ancestral, uno que se siente más de lo que se oye. También vimos focas leopardo tomando el sol sobre la arena negra, como guardianas de este mundo helado.
Un helicóptero hacia el cielo

El día cinco, tras una caminata desafiante sobre una colina cubierta de musgo y hielo –prohibido tocarlo, por supuesto–, subimos a un helicóptero. Desde el aire, el paisaje se transformó en una sinfonía visual: montañas que custodian el tiempo, bloques de hielo como esculturas efímeras, y trazos del viento sobre la nieve como líneas de una partitura celestial.
Ciencia, consciencia y cuidado

Cada tarde, expertos en zoología, fotografía y glaciología nos ofrecían charlas inmersivas. Aprendimos sobre la migración de las ballenas, el papel del krill en la cadena alimenticia y el impacto del cambio climático en el ecosistema antártico. El conocimiento se convierte en una herramienta de admiración y, sobre todo, de responsabilidad. Viajar al fin del mundo no es sólo un privilegio: es un compromiso con su preservación.
Un Cielo en la Tierra

La última noche, brindé con champagne bajo una luna que parecía estar a sólo unos pasos. El viento helado acariciaba mi rostro mientras los copos de nieve flotaban como confeti de cristal. La tripulación, siempre atenta, nos regaló una velada inolvidable: música, memorias compartidas y la certeza de que habíamos vivido algo irrepetible.
¿Fue un sueño?

Tal vez. Pero uno del que jamás quise despertar. Porque la Antártida no es sólo un destino; es un espejo. Uno que nos muestra quiénes somos y lo que podemos ser cuando nos encontramos con lo esencial: la naturaleza, la comunidad y el silencio que dice más que mil palabras.
TIPS:

- No pierdas la oportunidad de participar en el Polar Plunge, un salto –protegido por el crew del crucero– hacia las aguas del Océano Antártico. Es una de las mejores experiencias que tendrás en tu vida.
- Recuerda que estos cruceros cuentan con lavandería a bordo, así que trata de no empacar de más, especialmente porque la ropa para estos climas ocupa mucho espacio en la maleta.
- Dos días antes de tu viaje, toma pastillas para el mareo. Incluso los marinos más experimentados llegan a marearse al cruzar el Pasaje de Drake. Los dulces de jengibre también son una buena solución.