Por Paulina Velez

En un mundo saturado de etiquetas, certificaciones y tendencias efímeras, los vinos naturales han logrado lo impensable: provocar una revolución en poco tiempo. Sin marketing agresivo ni campañas millonarias, este movimiento ha seducido a sommeliers, chefs y entusiastas del buen vivir, en especial jóvenes, con una propuesta simple pero poderosa: menos intervención, más expresión.
¿Qué es un vino natural?
Aunque no existe una definición universal, se puede decir que un vino natural es aquel elaborado con uvas cultivadas orgánicamente o biodinámicamente, fermentadas con levaduras indígenas y sin aditivos enológicos como sulfitos o al menos con los mínimos necesarios. Es decir, vino en su forma más pura. Sin correcciones, sin maquillajes. Sólo fruta, fermentación y tiempo.
A diferencia de los vinos convencionales, que a menudo se ajustan con sulfitos, enzimas, taninos y otras herramientas de laboratorio para lograr consistencia, los vinos naturales se apegan a la personalidad del terroir, las añadas y la mano del productor. Cada botella es un retrato honesto del lugar y el momento en que fue creada y la personalidad de quien lo creó.
¿Moda o regreso a las raíces?
Más que una moda, el vino natural es un regreso. Durante siglos, el vino se elaboró así: sin productos químicos, sin protocolos industriales, sin temor a la turbidez o a los sedimentos. Lo que hoy se percibe como rebelde o alternativo es, en realidad, ancestral. Así se bebía.
La diferencia está en el contexto. Hoy, elegir un vino natural es una declaración. Es optar por lo artesanal en lugar de lo estandarizado. Es permitirte descubrir lo inesperado, aceptar que una copa puede oler a tierra húmeda, a heno, a fermento.
¿A qué sabe un vino natural?
A veces, a gloria. Otras, a algo un poco raro. Y ahí está parte del encanto. Son vinos vivos, impredecibles, que evolucionan en la copa y en la botella. Pueden ser más rústicos, sí, pero también más vibrantes, más auténticos. Sorprenden. Provocan conversación. Te obligan a prestar atención.
Maridan bien con platos sencillos, con música de fondo y con largas sobremesas. Pero, sobre todo, maridan con una forma de vida más consciente y curiosa.
¿Cómo empezar?
Busca productores pequeños, tiendas especializadas o bares de vinos que apuesten por lo natural. No tengas miedo de preguntar, de equivocarte, de probar algo que no entiendas del todo. Es parte del viaje.
Pero presta atención e infórmate bien, en ocasiones algunos productores abusan de sabores funky o confusos para ofrecer vinos con defectos. Es importante poder distinguir y la línea a veces es muy delgada.
En conclusión:
El vino natural no es para todos, ni lo pretende. No viene a reemplazar lo clásico, sino a ampliarlo. A recordarnos que el vino, como la vida, no siempre necesita ser perfecto para ser inolvidable.